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MACONDO

Libro leído...

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RESURGIR .- Margaret Atwood
   
La novela, de 1972, plantea varias situaciones: La vuelta a la Naturaleza abandonada por la ciudad, maltratada por los "turistas" y el regreso a los orígenes ancestrales del ser humano. Las relaciones conflictivas, machistas, hombre-mujer. La maternidad, el amor y los sentimientos. Las dificultades para vivir en pareja. Una "búsqueda del tiempo perdido". La superficialidad de las "poses" de la progresía burguesa. La contaminación ideológica de los canadienses por parte de los estadounidenses. Pero sobre todo la soledad del individuo, de la persona, y el desamparo afectivo sentido al ser consciente de que ya no habrá nadie que se haga cargo de uno. Y por fin un fatalismo, una obligada aceptación del destino, del devenir de la cotidianeidad.

Es lo primero que he leído de esta escritora (siguiendo los consejos del crítico y escritor Alberto Manguel) y desde luego no defrauda; se consiguen unos niveles bastante profundos de lectura y meditación. Traducción bien conseguida a cargo de Gabriela Bustelo Tortella. Lectura muy recomendable.

Contraportada:

Figura señera de las letras anglosajonas, la canadiense Margaret Atwood nos ofrece en esta novela un singular y penetrante relato de una dolorosa lucha interior. En compañía de su amante [Joe] y de una pareja de amigos [David y Anna], la narradora parte hacia una isla lacustre para intentar encontrar a su padre, un viudo solitario que ha desaparecido. Sumida en una profunda crisis de identidad, los siete días que permanece allí se revelarán como un espacio exento en el que descubrirá el trasfondo de sus acompañantes, hará un balance de su infancia y de su vida afectiva, y experimentará un resurgir, con nueva intensidad, de sus obsesiones y deseos más profundos. Una naturaleza virgen, vasta e indómita y unos apuntes, plagados de símbolos, de su progenitor serán la llave que le abra el camino al enfrentamiento con su auténtico ser y a la aceptación, finalmente, del aislamiento y la soledad.

Citas:

p. 96:
Debo tener más cuidado con mis recuerdos, tengo que asegurarme de que son míos y no los recuerdos de otras personas diciéndome qué sentía yo, cómo me comportaba, qué decía: si los hechos son falsos, también lo serán los sentimientos que asocio a ellos. Empezaré a inventármelos y no habrá manera de establecer la verdad, quienes podrían ayudarme ya no están.

p. 141:
De nuevo el idioma. Yo no podía usarlo porque no era mío. Él debía saber lo que quería decir, pero era una palabra imprecisa; los esquimales tenían cincuenta y dos palabras para la nieve porque era importante para ellos; debería haber la misma cantidad para el amor.
-Quiero quererte -dije-. Te quiero, de cierta manera.
Rebusqué en mi cerebro para dar con cualquier sentimiento que coincidiera con lo que había dicho. Sí quería querer, pero era como pensar que Dios debería existir y no ser capaz de creer.
-Dios santo, joder -dijo, apartando la mano-, sólo sí o no, déjate de tonterías.
-Estoy intentando decir la verdad -dije.
La voz no era mía, salía de alguien vestidad como yo, que me imitaba.


p. 146:
Lo consideraba una competición, como esos niños del colegio que te retorcían el brazo y decían: "¿Te rindes?, ¿te rindes?". Hasta que te rendías; entonces te soltaban. Él no me quería, era una idea de sí mismo lo que quería y buscaba tener alguien a su lado, servía cualquiera, yo no importaba. Así que no tenía que preocuparme.


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