Víctimas intransigentes
Juan Ignacio Jiménez Mesa.- Estrella Digital, 23/09/2003
Si Julio Medem hubiese sido un cineasta de excepcional valía y reconocido prestigio, que no lo es, tampoco contaría con suficiente autoridad moral como para vendernos su visión del problema vasco como una visión objetiva. Pero si además él mismo se adscribe a una de las partes, como reconoce, y expone una visión intencionadamente sesgada en defensa de las tesis nacionalistas, no sé a cuento de qué se queja de que los ofendidos protesten.
Tiene gracia el asunto porque, a la postre, y con sorprendentes apoyos mediáticos y políticos, resulta que quien clama en defensa de la libertad de expresión es él, que presenta a bombo y platillo su documental, en tanto que son enemigos de esa libertad quienes no pueden salir a la calle sin escolta para decir simplemente lo que piensan. Medem se beneficia de los presupuestos públicos para hacer su documental y para presentarlo en un festival, y vive en paz y puede manifestarse en Madrid o en San Sebastián, donde todos los periódicos y emisoras de radio y televisión, los nacionales y los locales, le entrevistan, en tanto que los otros, los que tímidamente han querido decir que ya está bien, se juegan la vida diariamente con el silencio cómplice de aquellos medios que paga o subvenciona el Gobierno vasco, en especial su televisión autonómica, que ni siquiera admite anuncios de las víctimas del terrorismo en demanda de paz. Y encima nos dan lecciones de libertad de expresión. Lo que Gotzone Mora e Iñaqui Ezquerra pedían no era que silenciaran a Medem, sino que éste quitara la intervención de ambos en un documental que consideran amañado y tendencioso. Y estaban en su derecho, aunque voces tan mal intencionadas o más que la de Medem, les nieguen la razón y los consideren intransigentes y enemigos del diálogo.
Hemos llegado a un punto tan absurdo en este tema que todavía hay quienes, en aras de un presunto progresismo y anhelo de paz y diálogo, admiten como la cosa más normal del mundo que hay dos extremos, ETA y el Gobierno de Madrid, que impiden los acuerdos, mientras que el resto de las fuerzas políticas, incluido naturalmente el nacionalismo vasco, están dispuestas a negociar una salida pacífica y justa. Ésa es la tesis de Medem, cosa lógica para una mentalidad como la suya, pero también es la consigna del PNV y, asombrosamente, una idea no del todo desdeñada por otros partidos de ámbito estatal y grupos de opinión.
Ya no llama la atención, por ejemplo, que Odón Olorza, el alcalde socialista de Donosti, se sume a la desconsideración sistemática hacia las víctimas, pero es que tampoco hacemos muchos aspavientos al comprobar que la dirección central del PSOE, desde Madrid, disimula y mira para otro lado cuando ve que sus militantes asesinados por ETA son tratados en el documental como víctimas propiciatorias, sacrificios necesarios para liberar a la patria vasca. Y lo peor, asistimos ya impávidos a ver el posicionamiento de algunos comentaristas y tertulianos de los periódicos y las radios de Madrid, bastante satisfechos de que el partido que gobierna, el PP, sea puesto al mismo nivel que el terrorismo de ETA y con el mismo grado de culpa en la falta de diálogo. Les parece el colmo del progresismo pensar así y difundir la falacia de un ultranacionalismo españolista que no existe por ningún lado, como si necesitasen un contrapunto que, mentalmente, les libere de la obligación de condenar el terrorismo. O mejor dicho, como si condenar el terrorismo supusiese de alguna forma ayudar a un gobierno concreto.
Hay grupos mediáticos enteramente dedicados a esa consigna. Llegan a decir que, en tanto que el Gobierno actual de Aznar ha hecho de la causa antiterrorista una obsesión, la oposición tiene que relativizar esa condena. Qué estúpida manía la de convertir la dialéctica política en posiciones fijas y opuestas, sin puentes de acuerdo en las cosas más elementales. Los mismos que aplauden la ruptura del Pacto de Justicia son los que alientan al PSOE a marcar diferencias en la lucha contra el terrorismo y a negociar salidas no constitucionales, dando baza así a los nacionalismos más radicales, los que ya no admiten ninguna forma de autogobierno sino que pretenden figuras soberanistas de secesión.
Lamentablemente, y como consecuencia de esa postura política de confrontación preelectoral, Basta Ya, el Foro de Ermua, Savater, Goztone Mora, Iñaki Ezkerra y tantos otros que han luchado por defender a las víctimas ya no gozan del favor mediático de los enredadores de siempre. Ahora los consideran instrumentos de la propaganda del PP y del Gobierno de Madrid y se quedan tan frescos, sin el más mínimo atisbo de vergüenza. Los clasifican así simplemente porque no han aplaudido la consigna peneuvista de los dos extremos y el centro dialogante, sin más averiguaciones sobre su intención y su verdadero ideario político. Sin embargo, critican a la ministra de Cultura porque condenó la intención de la película de Medem, no su contenido, sin haberla visto. Tampoco la he visto, y por tanto no opino sobre su contenido, sino sobre las frases con las que su autor ha pretendido justificarse. Para opinar de la película esperaré a verla en Canal +.
Si Julio Medem hubiese sido un cineasta de excepcional valía y reconocido prestigio, que no lo es, tampoco contaría con suficiente autoridad moral como para vendernos su visión del problema vasco como una visión objetiva. Pero si además él mismo se adscribe a una de las partes, como reconoce, y expone una visión intencionadamente sesgada en defensa de las tesis nacionalistas, no sé a cuento de qué se queja de que los ofendidos protesten.
Tiene gracia el asunto porque, a la postre, y con sorprendentes apoyos mediáticos y políticos, resulta que quien clama en defensa de la libertad de expresión es él, que presenta a bombo y platillo su documental, en tanto que son enemigos de esa libertad quienes no pueden salir a la calle sin escolta para decir simplemente lo que piensan. Medem se beneficia de los presupuestos públicos para hacer su documental y para presentarlo en un festival, y vive en paz y puede manifestarse en Madrid o en San Sebastián, donde todos los periódicos y emisoras de radio y televisión, los nacionales y los locales, le entrevistan, en tanto que los otros, los que tímidamente han querido decir que ya está bien, se juegan la vida diariamente con el silencio cómplice de aquellos medios que paga o subvenciona el Gobierno vasco, en especial su televisión autonómica, que ni siquiera admite anuncios de las víctimas del terrorismo en demanda de paz. Y encima nos dan lecciones de libertad de expresión. Lo que Gotzone Mora e Iñaqui Ezquerra pedían no era que silenciaran a Medem, sino que éste quitara la intervención de ambos en un documental que consideran amañado y tendencioso. Y estaban en su derecho, aunque voces tan mal intencionadas o más que la de Medem, les nieguen la razón y los consideren intransigentes y enemigos del diálogo.
Hemos llegado a un punto tan absurdo en este tema que todavía hay quienes, en aras de un presunto progresismo y anhelo de paz y diálogo, admiten como la cosa más normal del mundo que hay dos extremos, ETA y el Gobierno de Madrid, que impiden los acuerdos, mientras que el resto de las fuerzas políticas, incluido naturalmente el nacionalismo vasco, están dispuestas a negociar una salida pacífica y justa. Ésa es la tesis de Medem, cosa lógica para una mentalidad como la suya, pero también es la consigna del PNV y, asombrosamente, una idea no del todo desdeñada por otros partidos de ámbito estatal y grupos de opinión.
Ya no llama la atención, por ejemplo, que Odón Olorza, el alcalde socialista de Donosti, se sume a la desconsideración sistemática hacia las víctimas, pero es que tampoco hacemos muchos aspavientos al comprobar que la dirección central del PSOE, desde Madrid, disimula y mira para otro lado cuando ve que sus militantes asesinados por ETA son tratados en el documental como víctimas propiciatorias, sacrificios necesarios para liberar a la patria vasca. Y lo peor, asistimos ya impávidos a ver el posicionamiento de algunos comentaristas y tertulianos de los periódicos y las radios de Madrid, bastante satisfechos de que el partido que gobierna, el PP, sea puesto al mismo nivel que el terrorismo de ETA y con el mismo grado de culpa en la falta de diálogo. Les parece el colmo del progresismo pensar así y difundir la falacia de un ultranacionalismo españolista que no existe por ningún lado, como si necesitasen un contrapunto que, mentalmente, les libere de la obligación de condenar el terrorismo. O mejor dicho, como si condenar el terrorismo supusiese de alguna forma ayudar a un gobierno concreto.
Hay grupos mediáticos enteramente dedicados a esa consigna. Llegan a decir que, en tanto que el Gobierno actual de Aznar ha hecho de la causa antiterrorista una obsesión, la oposición tiene que relativizar esa condena. Qué estúpida manía la de convertir la dialéctica política en posiciones fijas y opuestas, sin puentes de acuerdo en las cosas más elementales. Los mismos que aplauden la ruptura del Pacto de Justicia son los que alientan al PSOE a marcar diferencias en la lucha contra el terrorismo y a negociar salidas no constitucionales, dando baza así a los nacionalismos más radicales, los que ya no admiten ninguna forma de autogobierno sino que pretenden figuras soberanistas de secesión.
Lamentablemente, y como consecuencia de esa postura política de confrontación preelectoral, Basta Ya, el Foro de Ermua, Savater, Goztone Mora, Iñaki Ezkerra y tantos otros que han luchado por defender a las víctimas ya no gozan del favor mediático de los enredadores de siempre. Ahora los consideran instrumentos de la propaganda del PP y del Gobierno de Madrid y se quedan tan frescos, sin el más mínimo atisbo de vergüenza. Los clasifican así simplemente porque no han aplaudido la consigna peneuvista de los dos extremos y el centro dialogante, sin más averiguaciones sobre su intención y su verdadero ideario político. Sin embargo, critican a la ministra de Cultura porque condenó la intención de la película de Medem, no su contenido, sin haberla visto. Tampoco la he visto, y por tanto no opino sobre su contenido, sino sobre las frases con las que su autor ha pretendido justificarse. Para opinar de la película esperaré a verla en Canal +.
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