Recención, 001.- 05.
Javier Marías, Todas las almas.
Círculo de Lectores, 2003, p. 92.
A los niños no hay que mezclarlos. Son demasiado inquisitivos y sensibleros. Son dramáticos y aprensivos. No soportan la penumbra ni la ambigüedad. Ven peligro por todas partes, hasta donde no lo hay, por lo que no se les escapa nunca una situación en la que sí lo haya, ni siquiera una situación meramente turbia o irregular. Hace ya más de un siglo que dejó de educárselos para convertirse en adultos. Todo lo contrario, y el resultado es que los adultos de nuestra época están educados estamos educados para seguir siendo niños. Para emocionarnos con la competición deportiva y tener celos de cualquier cosa. Para vivir en constante alarma y quererlo todo. Para temer y rabiar. Para acobardarnos. Para observarnos.
[El protagonista, ahora, está elucubrando pensando en el hijo de la amante que tuvo cuando estuvo de profesor en Oxford].
Círculo de Lectores, 2003, p. 92.
A los niños no hay que mezclarlos. Son demasiado inquisitivos y sensibleros. Son dramáticos y aprensivos. No soportan la penumbra ni la ambigüedad. Ven peligro por todas partes, hasta donde no lo hay, por lo que no se les escapa nunca una situación en la que sí lo haya, ni siquiera una situación meramente turbia o irregular. Hace ya más de un siglo que dejó de educárselos para convertirse en adultos. Todo lo contrario, y el resultado es que los adultos de nuestra época están educados estamos educados para seguir siendo niños. Para emocionarnos con la competición deportiva y tener celos de cualquier cosa. Para vivir en constante alarma y quererlo todo. Para temer y rabiar. Para acobardarnos. Para observarnos.
[El protagonista, ahora, está elucubrando pensando en el hijo de la amante que tuvo cuando estuvo de profesor en Oxford].
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