El alma humana nace a los dos meses de la concepción.
Las últimas investigaciones en el campo de la embriología indican que la primera actividad cerebral surge en la octava semana de gestación...
Por Brenda Maddox
The Guardian.
Monday April 4, 2005
Ante la perspectiva de un posible cambio de régimen en el Vaticano, son muchas las personas (tanto de dentro como de fuera de la Iglesia Católica, e incluyendo a muchos no creyentes) que están deseando que resulte elegido un Papa de personalidad progresista. Y es que parece haber llegado el momento oportuno de empezar a dar pasos hacia delante en dos de los más antiguos y fastidiosos temas con los que se enfrentan los seglares: la contracepción y el aborto.
Son éstas, sin duda, dos áreas altamente sensibles, pero la posibilidad que se presenta en la actualidad para hacer cambiar la postura del Vaticano a este respecto bien podría provenir de los nuevos hallazgos que se han producido en el campo de la embriología. En consecuencia, el sucesor de Juan Pablo II va a disfrutar ahora de la oportunidad de modificar la doctrina que tanto ha venido alienando y haciendo sufrir a una gran cantidad de mujeres y ello, además, sin tener que repudiar el pasado.
El Vaticano, bajo este último Papa, continuó haciendo equivalentes los conceptos de contracepción y aborto, contemplando a ambos como «la cultura de la muerte». Durante el primer sínodo celebrado en el Pontificado de Juan Pablo II, convocado en el año 1980 para reflexionar sobre familia y sexualidad, algunos obispos intentaron sacar a colación el tema de la contracepción.
Prohibición absoluta
Y, a pesar de que una comisión especial ya había informado al Papa de que la contracepción, en sí misma, no era «intrínsecamente perversa», el nuevo Pontífice reafirmó rápidamente la prohibición absoluta que Pablo VI había establecido con anterioridad en su áspera encíclica de 1960, Humanae Vitae. Lo que Juan Pablo II mantenía era que la procreación debía ser «el fruto de un pacto entre un hombre y una mujer, unidos en matrimonio».
Ni siquiera la aparición de la terrible y traumatizante epidemia del SIDA logró modificar sus planteamientos. En 1989, y durante un congreso sobre el sida, de tres días de duración, celebrado en el propio Vaticano, el Papa declaró que todo el mundo tenía que cambiar sus formas de vida y no recurrir a «medios ilícitos» de prevención del embarazo. Los condones, llegó a decir, violan «el sentido auténticamente humano de la sexualidad».
Empero, en la actualidad comienzan a aparecer en el Vaticano puntos de vista bastante más moderados. Entre los pensadores de la Iglesia, existe una voz de características progresistas, la del cardenal Carlo María Martini, arzobispo emérito de la diócesis de Milán. El cardenal Martini ha declarado que él contempla la prohibición del uso de contraceptivos más como una «regla» que como una doctrina nuclear de la Iglesia y, por lo tanto, de naturaleza infalible. Y si las nuevas formas de pensar son capaces de modificar prohibiciones existentes durante tanto tiempo, también es posible conjeturar que la Iglesia podría llegar, incluso, a alterar su punto de vista en relación al momento en que un óvulo fertilizado se convierte en un ser humano. Y esto podría entreabrir un resquicio para la posterior aceptación del aborto.
La definición actual de la Iglesia -«en el momento de la concepción»- es, actualmente, perfectamente rebatible. En la actualidad, es bien sabido que la concepción, o «fertilización», el proceso por el que el esperma del varón fertiliza el óvulo femenino, no se produce en un sólo momento sino que, más bien, se trata de todo un proceso continuo para cuya culminación se llegan a invertir entre dos y 12 horas.
Lo que, quizás, sea aún más importante es el reconocimiento de que, hasta 14 días después de producirse la fertilización, el embrión puede dividirse en gemelos, trillizos o más individuos idénticos. Este «argumento de la gemelización» es el de mayor contundencia en contra del mencionado punto de vista que sostiene que la vida humana comienza en el momento mismo de la fertilización.Y como, teológicamente hablando, el alma no se puede dividir, se puede afirmar que el alma no penetra en el preembrión (llamado cigoto). Y no lo hará hasta el momento en que éste no pueda ya dividirse en varios individuos diferentes.
Atendiendo a otro punto de vista, en este caso neurológico, se puede llegar a situar el comienzo de la vida humana bastante más tarde de esos 14 días. Desde la perspectiva neurológica, es bien sabido que la señal inequívoca que define la existencia de un ser humano es su electroencefalograma, o EEG. Y, sin embargo, no es hasta la octava semana de gestación, aproximadamente, cuando un embrión en desarrollo da muestras de un EEG detectable, y, en consecuencia, de los fundamentos para unos comportamientos neuronales esenciales para la existencia de actividad cerebral.
Si cualquiera de dichas definiciones del momento en el que comienza la vida humana fuera aceptada por el Vaticano, existiría un espacio de tiempo de unas dos semanas, o más, durante el cual determinados procedimientos, como la píldora del día siguiente, la práctica del aborto o la investigación con células embrionarias, podrían llevarse a la práctica sin necesidad de tener que acudir a ninguna clase de debate de orden moral.
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La teoría de los 40 días de Santo Tomás
La definición del momento en que el alma penetra en el cuerpo humano ha ido cambiando, en el seno de la Iglesia, con el paso del tiempo. Santo Tomás de Aquino, siguiendo a Aristóteles, sostenía que el feto de un varón solamente se convertía en ser «animado» -en otras palabras, que adquiría su alma- en torno a los 40 días después de su concepción. También se creía que, en su caso, las mujeres eran bastante más lentas y necesitaban 90 días para poder dotarse de un alma.
Además, hay que señalar que el Vaticano también está haciendo grandes esfuerzos para mantenerse al día en cuestiones de investigación científica.
En la Academia Pontificia de las Ciencias se suelen dar cita distinguidos científicos procedentes de todo el mundo - y sin tener en cuenta sus creencias personales- para discutir con profundidad de temas que afectan a un amplio espectro de materias, que van desde la cosmología a la neurología.
Entre dichos científicos se encuentran figuras tan destacadas como el físico Stephen Hawking, el neurólogo Oliver Sacks y el astrónomo Sir Martin Rees.
Por Brenda Maddox
The Guardian.
Monday April 4, 2005
Ante la perspectiva de un posible cambio de régimen en el Vaticano, son muchas las personas (tanto de dentro como de fuera de la Iglesia Católica, e incluyendo a muchos no creyentes) que están deseando que resulte elegido un Papa de personalidad progresista. Y es que parece haber llegado el momento oportuno de empezar a dar pasos hacia delante en dos de los más antiguos y fastidiosos temas con los que se enfrentan los seglares: la contracepción y el aborto.
Son éstas, sin duda, dos áreas altamente sensibles, pero la posibilidad que se presenta en la actualidad para hacer cambiar la postura del Vaticano a este respecto bien podría provenir de los nuevos hallazgos que se han producido en el campo de la embriología. En consecuencia, el sucesor de Juan Pablo II va a disfrutar ahora de la oportunidad de modificar la doctrina que tanto ha venido alienando y haciendo sufrir a una gran cantidad de mujeres y ello, además, sin tener que repudiar el pasado.
El Vaticano, bajo este último Papa, continuó haciendo equivalentes los conceptos de contracepción y aborto, contemplando a ambos como «la cultura de la muerte». Durante el primer sínodo celebrado en el Pontificado de Juan Pablo II, convocado en el año 1980 para reflexionar sobre familia y sexualidad, algunos obispos intentaron sacar a colación el tema de la contracepción.
Prohibición absoluta
Y, a pesar de que una comisión especial ya había informado al Papa de que la contracepción, en sí misma, no era «intrínsecamente perversa», el nuevo Pontífice reafirmó rápidamente la prohibición absoluta que Pablo VI había establecido con anterioridad en su áspera encíclica de 1960, Humanae Vitae. Lo que Juan Pablo II mantenía era que la procreación debía ser «el fruto de un pacto entre un hombre y una mujer, unidos en matrimonio».
Ni siquiera la aparición de la terrible y traumatizante epidemia del SIDA logró modificar sus planteamientos. En 1989, y durante un congreso sobre el sida, de tres días de duración, celebrado en el propio Vaticano, el Papa declaró que todo el mundo tenía que cambiar sus formas de vida y no recurrir a «medios ilícitos» de prevención del embarazo. Los condones, llegó a decir, violan «el sentido auténticamente humano de la sexualidad».
Empero, en la actualidad comienzan a aparecer en el Vaticano puntos de vista bastante más moderados. Entre los pensadores de la Iglesia, existe una voz de características progresistas, la del cardenal Carlo María Martini, arzobispo emérito de la diócesis de Milán. El cardenal Martini ha declarado que él contempla la prohibición del uso de contraceptivos más como una «regla» que como una doctrina nuclear de la Iglesia y, por lo tanto, de naturaleza infalible. Y si las nuevas formas de pensar son capaces de modificar prohibiciones existentes durante tanto tiempo, también es posible conjeturar que la Iglesia podría llegar, incluso, a alterar su punto de vista en relación al momento en que un óvulo fertilizado se convierte en un ser humano. Y esto podría entreabrir un resquicio para la posterior aceptación del aborto.
La definición actual de la Iglesia -«en el momento de la concepción»- es, actualmente, perfectamente rebatible. En la actualidad, es bien sabido que la concepción, o «fertilización», el proceso por el que el esperma del varón fertiliza el óvulo femenino, no se produce en un sólo momento sino que, más bien, se trata de todo un proceso continuo para cuya culminación se llegan a invertir entre dos y 12 horas.
Lo que, quizás, sea aún más importante es el reconocimiento de que, hasta 14 días después de producirse la fertilización, el embrión puede dividirse en gemelos, trillizos o más individuos idénticos. Este «argumento de la gemelización» es el de mayor contundencia en contra del mencionado punto de vista que sostiene que la vida humana comienza en el momento mismo de la fertilización.Y como, teológicamente hablando, el alma no se puede dividir, se puede afirmar que el alma no penetra en el preembrión (llamado cigoto). Y no lo hará hasta el momento en que éste no pueda ya dividirse en varios individuos diferentes.
Atendiendo a otro punto de vista, en este caso neurológico, se puede llegar a situar el comienzo de la vida humana bastante más tarde de esos 14 días. Desde la perspectiva neurológica, es bien sabido que la señal inequívoca que define la existencia de un ser humano es su electroencefalograma, o EEG. Y, sin embargo, no es hasta la octava semana de gestación, aproximadamente, cuando un embrión en desarrollo da muestras de un EEG detectable, y, en consecuencia, de los fundamentos para unos comportamientos neuronales esenciales para la existencia de actividad cerebral.
Si cualquiera de dichas definiciones del momento en el que comienza la vida humana fuera aceptada por el Vaticano, existiría un espacio de tiempo de unas dos semanas, o más, durante el cual determinados procedimientos, como la píldora del día siguiente, la práctica del aborto o la investigación con células embrionarias, podrían llevarse a la práctica sin necesidad de tener que acudir a ninguna clase de debate de orden moral.
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La teoría de los 40 días de Santo Tomás
La definición del momento en que el alma penetra en el cuerpo humano ha ido cambiando, en el seno de la Iglesia, con el paso del tiempo. Santo Tomás de Aquino, siguiendo a Aristóteles, sostenía que el feto de un varón solamente se convertía en ser «animado» -en otras palabras, que adquiría su alma- en torno a los 40 días después de su concepción. También se creía que, en su caso, las mujeres eran bastante más lentas y necesitaban 90 días para poder dotarse de un alma.
Además, hay que señalar que el Vaticano también está haciendo grandes esfuerzos para mantenerse al día en cuestiones de investigación científica.
En la Academia Pontificia de las Ciencias se suelen dar cita distinguidos científicos procedentes de todo el mundo - y sin tener en cuenta sus creencias personales- para discutir con profundidad de temas que afectan a un amplio espectro de materias, que van desde la cosmología a la neurología.
Entre dichos científicos se encuentran figuras tan destacadas como el físico Stephen Hawking, el neurólogo Oliver Sacks y el astrónomo Sir Martin Rees.
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