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MACONDO

Miquelrius

Recensión, 001.- 06.

Javier Marías, Todas las almas.
Círculo de Lectores, 2003, pp. 133, 134.

—Por voluntad propia —dijo—. Por voluntad propia —repitió—. ¿A quién pertenece la voluntad de un enfermo?. ¿Al enfermo o a la enfermedad? Cuando uno está enfermo, como cuando uno es viejo o está perturbado, se hacen las cosas a partes iguales con voluntad propia y con voluntad ajena. Lo que no siempre se sabe es a quién pertenece la parte de la voluntad que ya no es nuestra. ¿A la enfermedad, a los médicos, a los medicamentos, a la perturbación, a los años, a los tiempos pasados?. ¿Al que ya no somos... que se la llevó consigo?. Cromer-Blake ya no es el que creemos que es o el que solía ser, no es el mismo. Y o mucho me equivoco o cada vez lo irá siendo menos hasta dejar de ser, simplemente. Hasta que no sea ni uno ni otro ni un tercero ni un cuarto, sino nadie. Hasta que no sea nadie.

—No le entiendo, Toby —dije yo, esperando que la frase fuera disuasoria en sí y él se interrumpiera. Esperando que contestara algo así como 'Dejémoslo' u 'Olvídalo' o 'No me hagas caso' o 'No tiene importancia'. Pero no contestó nada de eso.

—No, ¿eh? —Y Toby Rylands se pasó una mano por el pelo cremoso, bien peinado y blanquísimo, como hacía Cromer-Blake (que quizá le había copiado a él el gesto), sólo que el de Rylands era mucho más blanco. 'Toby Rylands debió ser muy rubio', pensé justo antes de que dijera lo que yo (madrileño y supersticioso o ya anglificado y estoico) prefería que no dijera—: Escucha —dijo—, escúchame. Cromer-Blake va a morirse. No sé lo que tiene y él no va a decírnoslo, si es que lo sabe seguro o no ha logrado olvidarlo, al menos a ratos, a base de irresponsabilidad y con tremendo esfuerzo. No sé lo que tiene, pero no creo que dure mucho y estoy convencido de que es muy grave. Cuando vino por aquí la última vez, en febrero, estaba fatal y lo vi ya muerto. Tenía cara de muerto. Ahora dices que está mejor, no sabes cómo lo celebro, y ojalá le dure. Pero ya ha estado mejor otras veces y luego peor que nunca, y aquel último día lo vi sentenciado. Se me partió el corazón y se me partirá aún más cuando ocurra, pero es mejor que esté hecho a la idea. Pero también me duele que por eso no venga a verme, mientras aun es posible. No es por su aspecto, regular o malo, por lo que no viene; no es por no apenarme, o porque no desee que yo lo vea cuando lo tiene pésimo. Yo sé por qué no viene a verme. Antes yo era un anciano (mi aspecto es de anciano desde hace mucho; siempre parecí mayor, y tú me has conocido hace sólo un año), y era inofensivo, o beneficioso incluso, era instructivo con mis digresiones y era divertido con mi malicia y mis bromas, y aún podía enseñarle cosas, aunque no sepa mucho de vuestra materia, la literatura española, no se por qué no se ocupó de la nuestra, que es más variada. Pero ahora ya no soy eso, sino el espejo en el que no quiere verse. Su fin está próximo y también el mío. Yo le recuerdo a la muerte, porque soy seguramente, de sus amigos, el que la tiene más próxima. Yo soy la enfermedad que él padece, yo soy la vejez, yo soy el decaimiento, mi voluntad anda errante, como la suya, sólo que yo he tenido tiempo de irme acostumbrando a perderla, y acostumbrarse a perderla quiere decir aprender a retenerla al máximo, demorar su marcha, y no hacer daño. Él no ha tenido ese tiempo, y no puede culpársele. No debo culparle porque me rehuya. Pobre muchacho. Aunque no se le note, estará desconcertado. Estará aterrado. Y no podrá creer lo que le está pasando.

Antología, 003.

QUEDA PROHIBIDO

Pablo Neruda.

Queda prohibido llorar sin aprender,
levantarte un día sin saber que hacer,
tener miedo a tus recuerdos.

Queda prohibido no sonreír a los problemas,
no luchar por lo que quieres,
abandonarlo todo por miedo,
no convertir en realidad tus sueños.

Queda prohibido no demostrar tu amor,
hacer que alguien pague tus dudas y tu mal humor.

Queda prohibido dejar a tus amigos,
no intentar comprender lo que vivieron juntos,
llamarles sólo cuando los necesitas.

Queda prohibido no ser tú ante la gente,
fingir ante las personas que no te importan,
hacerte el gracioso con tal que te recuerden,
olvidar a toda la gente que te quiere.

Queda prohibido no hacer las cosas por ti mismo,
no creer en Dios y hacer tu destino,
tener miedo a la vida y a sus compromisos,
no vivir cada día como si fuera un último suspiro.

Queda prohibido echar a alguien de menos sin alegrarte,
olvidar sus ojos, su risa,
todo porque sus caminos han dejado de abrazarse,
olvidar su pasado y pagarlo con su presente.

Queda prohibido no intentar comprender a las personas,
pensar que sus vidas valen más que la tuya,
no saber que cada uno tiene su camino y su dicha.

Queda prohibido no crear tu historia,
dejar de dar las gracias a Dios por tu vida,
no tener un momento para la gente que te necesita,
no comprender que lo que la vida te da, también te lo quita.

Queda prohibido no buscar tu felicidad,
no vivir tu vida con una actitud positiva,
no pensar en que podemos ser mejores,
no sentir que sin ti este mundo no sería igual.

Recención, 001.- 05.

Javier Marías, Todas las almas.
Círculo de Lectores, 2003, p. 92.

A los niños no hay que mezclarlos. Son demasiado inquisitivos y sensibleros. Son dramáticos y aprensivos. No soportan la penumbra ni la ambigüedad. Ven peligro por todas partes, hasta donde no lo hay, por lo que no se les escapa nunca una situación en la que sí lo haya, ni siquiera una situación meramente turbia o irregular. Hace ya más de un siglo que dejó de educárselos para convertirse en adultos. Todo lo contrario, y el resultado es que los adultos de nuestra época están educados —estamos educados— para seguir siendo niños. Para emocionarnos con la competición deportiva y tener celos de cualquier cosa. Para vivir en constante alarma y quererlo todo. Para temer y rabiar. Para acobardarnos. Para observarnos.

[El protagonista, ahora, está elucubrando pensando en el hijo de la amante que tuvo cuando estuvo de profesor en Oxford].

Recensión, 001.- 04.

Javier Marías, Todas las almas.
Círculo de Lectores, 2003, p. 90.

Este hijo es muy querido por su madre y por mí, creo yo (para su madre será una deidad transitoria sentenciada a dejar de serlo), pero resulta obsesivo, como supongo que lo resultan todos en sus primeros meses, y hay veces en las que no desearía que desapareciera —no es eso en modo alguno, sería lo último, enloqueceríamos—, pero sí retornar a la situación de ser sin hijos, de ser un hombre sin prolongación, de poder encarnar siempre y sin mezcla la figura filial o fraterna, las verdaderas, las únicas a las que estamos acostumbrados, las únicas en las que estamos o podemos estar instalados naturalmente desde el principio. El ejercicio de la figura paterna o materna es una atribución del tiempo, sin duda un deber del tiempo. Requiere adaptación, concentración, es algo que llega. Aún no comprendo que este niño esté aquí y esté permanentemente, anunciando su duración increíble que nos sobrevivirá, ni que yo sea su padre.

[El protagonista, pensando en su hijo actual].

Recensión, 001.- 03.

Javier Marías, Todas las almas.
Círculo de Lectores, 2003, p. 86.

Pero esa chica puede infundir horror. La idea de esa chica asociada a otra idea puede infundir horror. ¿No lo cree?. Aún no sabemos cuál es la idea que falta, la idea adecuada para infundírnoslo. Su pareja espantosa. Pero es seguro que existe. La habrá. Es cuestión de que aparezca. También puede no aparecer jamás. Podría ser, quién sabe, mi perro. La chica y mi perro. La chica con su larga melena castaña y sus botas altas y sus largas piernas compactas y mi perro sin su pata izquierda. —Alan Marriott miró a su perro, que se había adormilado; miró hacia el muñón del perro. Lo tocó un instante—. Que el perro venga conmigo es normal. Es necesario. Es raro si se quiere. Quiero decir los dos juntos. Pero no hay horror en ello. Que el perro fuera con ella sería más contencioso. Sería quizá horroroso. El perro es sin pata. De haber sido de ella, no la habría perdido seguramente en una riña estúpida después de un partido. Eso es un accidente. Gajes del oficio de perro de un hombre cojo. Pero con ella tal vez la habría perdido por otra causa. El perro es sin pata. Con más motivo. Con más gravedad. No por un accidente. Es difícil imaginar a esa chica en una pelea. Quizá la habría perdido por su causa. Quizá, para que este perro hubiera perdido la pata perteneciendo a esa chica, tendría que habérsela amputado ella. ¿Cómo si no puede perder la pata un perro bien protegido, cuidado y querido por una chica tan atractiva y simpática que vende flores?. Esa idea es horrible. Es horrible la imagen de esa chica cortándole la pata a mi perro con sus propias manos, viéndolo con sus propios ojos; asistiendo a ello. —Las últimas frases de Alan Marriott sonaron levemente indignadas; indignadas con la florista. Se interrumpió. Parecía haberse asustado a sí mismo.—

[El protagonista, profesor español en Oxford por dos años, en su casa (piramidal) con Alan Marriot, presidente de la Machen Company (lectores y admiradores fieles del escritor Arthur Machen - género de terror -, que quizás influenció decisivamente en Lovecraft) de la que intenta hacerle socio].

Recensión, 001.- 02.

Javier Marías, Todas las almas.
Círculo de Lectores, 2003, pp. 73, 74.

Cuando uno está solo, cuando uno vive solo y además en el extranjero, se fija enormemente en el cubo de la basura, porque puede llegar a ser lo único con lo que se mantiene una relación constante, o, aún es más, una relación de continuidad. Cada bolsa negra de plástico, nueva, brillante, lisa, por estrenar, produce el efecto de la absoluta limpieza y la infinita posibilidad. Cuando se la coloca, a la noche, es ya la inauguración o promesa del nuevo día: está todo por suceder. Esa bolsa, ese cubo, son a veces los únicos testigos de lo que ocurre durante la jornada de un hombre solo, y es allí donde se van depositando los restos, los rastros de ese hombre a lo largo del día, su mitad descartada, lo que ha decidido no ser ni tomar para sí, el negativo de lo que ha comido, de lo que ha bebido, de lo que ha fumado, de lo que ha utilizado, de lo que ha comprado, de lo que ha producido y de lo que le ha llegado. Al término de ese día la bolsa, el cubo, están llenos y son confusos, pero se los ha visto crecer, transformarse, formarse en una mezcla indiscriminada de la cual, sin embargo, ese hombre no sólo conoce la explicación y el orden, sino que la propia e indiscriminada mezcla es el orden y la explicación del hombre. La bolsa y el cubo son la prueba de que ese día ha existido y se ha acumulado y ha sido levemente distinto del anterior y del que seguirá, aunque es asimismo uniforme y el nexo visible con ambos. Es el único registro, la única constancia o fe del transcurrir de ese hombre, la única obra que ese hombre ha llevado a cabo verdaderamente. Son el hilo de la vida, también su reloj. Cada vez que uno se acerca al cubo y echa en él algo, vuelve a ver y a tener contacto con las cosas que tiró en las horas previas, y eso es lo que le da un sentido de la continuidad: su día está jalonado por sus visitas al cubo de la basura, y allí ve el envase del yogurt de fruta que desayunó, y aquel paquete de tabaco del que al comenzar la mañana quedaban sólo dos cigarrillos, y los sobres ahora vacíos y rotos que le trajo el correo, los botes de coca-cola y la viruta de un lápiz al que sacó punta antes de empezar el trabajo (aunque fuera a escribir con pluma), las hojas arrugadas que juzgó imperfectas o equivocadas, el envoltorio de celofán que contuvo tres sandwiches, las colillas vertidas numerosas veces desde los ceniceros, los algodones empapados en colonia con los que se refrescó la frente, la grasa de los fiambres que comió distraído para no interrumpirse, los informes inútiles recogidos en la facultad, una hoja de perejil, una de albahaca, papel de plata, las briznas, las uñas que se cortó, la oscurecida piel de una pera, el cartón de la leche, el frasco de la medicina acabada, las bolsas inglesas de papel crudo y áspero en las que envuelven sus libros los libreros de viejo. Todo se va apretando y se va concentrando, se va tapando y se va fundiendo, y así se convierte en el trazo perceptible -material y sólido- del dibujo de los días de la vida de un hombre. Cerrar y anudar la bolsa y sacarla fuera significa comprimir y clausurar la jornada, que tal vez habrá estado punteada tan sólo por esos actos, por el acto de arrojar desechos y mondaduras, el acto de prescindir, el acto de seleccionar, el acto de discernir lo inútil. El resultado del discernimiento es esa obra que impone su propio término: cuando el cubo rebosa está concluida, y entonces, pero sólo entonces, su contenido son desperdicios.

Recensión, 001.- 01

Recensión, 001.- 01 Bueno esto de "recensión", será un decir... a lo peor ni eso... pero dará igual... El caso es que acabo de leer "Todas las almas" de Javier Marías. Es lo primero que leo suyo y me ha impresionado.

Había oído y leído mucho sobre este autor y quería conocerlo.... al principio me costó introducirme en la novela, pero me enganchó... hay realidad, angustia, nostalgia, tristeza, esperanza.... un manejo del lenguaje y de los tiempos muy efectivo, unas descripciones muy personales, (por cierto hay imágenes de Oxford relacionadas con esta novela en la página web dedicada a él.... la dirección en enlaces).

Yo siempre subrayo partes de los textos, a veces varios párrafos, y luego los voy copiando en mis cuadernos para que los momentos vividos al leerlos no caigan en el olvido... Y eso es lo que voy a hacer aquí... Espero no aburriros; pero es que esto, también, son mis cuadernos.... Así es que a lo largo de unos días aquí irán apareciendo los textos de esta novela que más me han hecho reflexionar.

Ah!, se me olvidaba el libro que he leído corresponde a una edición nueva y muy cuidada del Círculo de Lectores realizada este año...

Así es que, sin más dilación, el primero de ellos:

Javier Marías, Todas las almas.
Círculo de Lectores, 2003, p. 71.

Hasta estoy olvidándome de la chica del tren, demasiado, potencial, demasiado joven, demasiado autónoma, demasiado inconsciente de su propia presencia. Clare Bayes no es así. Clare Bayes sabe más de sí misma, que es el conocimiento que hace atractivas a las personas, lo que les da valor: que puedan dirigirse, que puedan preparar y conducir sus actos. Lo que conmueve es hacer sabiendo que lo que se hace o deja de hacer tiene peso y significación. El azar no conmueve, y lo inocente no encierra más promesa que la forma en que dejará de serlo.

La orden del tigre...

SOBRE LA MEMORIA, LA AMISTAD Y EL AMOR
Armas Marcelo escribe 'La orden del tigre', con Argentina de fondo

Al escritor canario Juan José Armas Marcelo le fascina vivir en otros territorios y tras escribir sobre Cuba ahora se adentra en Argentina, un país que utiliza como metáfora del mundo y del horror, dice, y que le sirve para hablar de la memoria, la amistad, la lealtad y el amor. Juan José Armas Marcelo (Las Palmas de Gran Canaria, 1946) asegura que no cree en las nacionalidades, "que eso es una vaina política", que sólo cree "en las fronteras de la gastronomía y las comunicaciones", por eso ahora y tras visitar doce veces Argentina ha plasmado toda su visión en 'La orden del tigre' , editado por Alfaguara.

Artículo completo en El Mundo.